sábado, 10 de septiembre de 2011

Sobre Camila

En su texto Bios, Roberto Espósito relata el caso de Nicolas Perruche, un niño afectado por lesiones congénitas que demanda judicialmente al médico que no le había diagnosticado a su madre una rubeola durante el embarazo. De haberlo sabido, la madre lo hubiera abortado. Nicolás demanda al médico su derecho a no nacer. Camila Sánchez nació con un paro cardiorespiratorio. Los médicos la reanimaron, aunque el daño irreversible la condujo a un estado vegetativo sin retorno. Su madre pide por una muerte digna.
En uno y otro caso, se juega lo mismo: vivimos tiempos donde las nuevas tecnologías han trasformado nuestros tradicionales criterios de definición de lo humano. Hoy lo humano ya no puedo seguir pensándose con las categorías de épocas donde no existía ni el torno odontológico ni el celular, por no decir de épocas donde ni siquiera existía la electricidad. La técnica modifica al hombre y el hombre modifica a la técnica. Esta interacción en constante transformación, exige un acompañamiento de otras esferas culturales, en especial la jurídica, y por supuesto la ética e incluso la religiosa. Ya no se puede pensar ni legislar sobre la vida y la muerte como si la tecnología fuese un mero agregado accidental que el hombre utiliza sin afectar nuestra naturaleza. Las metáforas cambian y su ordenamiento se modifica. Cuando dentro de muy poco tiempo, comencemos a convivir con los primeros humanos clonados, la misma idea de derechos humanos deberá revisarse. Hoy muchos ponen el grito en el cielo en contra del aborto, pero no verían con desagrado el usufructo de los órganos de seres clonados para salvar sus propias vidas. Las nociones de alma, infierno, la misma idea de Dios, los milagros de los relatos tradicionales se vuelven difíciles de sostener con el avance de la ciencia, aunque eso no significa que no haya que inventar nuevas metáforas para nuestros problemas existenciales. Pero la tecnología no es un monstruo autómata que decide por si sola. La tecnología es un producto humano que genera un tipo de humano posible. El término griego pharmakon significa al mismo tiempo remedio y veneno. Resulta interesante analizar en los casos de Nicolás y de Camila cuál perspectiva imperó más.
El caso Perruce pone en evidencia nuestra época biopolítica. El umbral que define quién es un sujeto de derecho cambia incesantemente. El caso Camila muestra del mismo modo el vacío legal sobre una temática límite: nuestras leyes, pero también nuestra ética y nuestra religión siguen pensando la idea de persona desvinculada de los cambios históricos y materiales, como si existiera una esencia de lo humano que se mantuviera incólume, más allá de las contingencias que lo afectan. Lo humano muta y con nosotros cambian también nuestras intuiciones sobre la vida y la muerte. Hoy las contingencias marcan que no se trata de pensar el caso en sí, y a todo o nada: matamos o no matamos una vida. Esta forma reduccionista de tratar el caso, que aparece también en las discusiones sobre la despenalización del aborto, supone escindir una vida de su contexto constitutivo. No existe la vida sino en contexto, como no existe nada sino en contexto. No hay derechos aislados, como sostiene Juan Carlos Tealdi, sino siempre en relación a otros derechos. Camila no es sola ni nunca va a ser sola. Nadie es solo, y mucho menos Camila.
Ahora bien, la pregunta ética dice: ¿se puede terminar con una vida? Pero de nuevo la cuestión, ¿qué es una vida? A veces se tiene la impresión que así como no hay todavía una legislación acorde a estos nuevos casos límite, tampoco hay un desarrollo de la ética que los interpele. La modernidad del tema genera también la animadversión de los sectores m£s conservadores. Todo es lo mismo para ellos: eutanasia, muerte digna, aborto, drogas, matrimonio igualitario, todo supone algo que se cae, algo que se pierde. La modernidad del tema está en la desestructuración de ciertas categorías que funcionaron como conceptos cerrados. La deconstrucción de la noción de hombre los asusta. Si cae la idea de hombre, se cae la idea de alma. Y si cae la metafísica, se cae un cierto orden que se pretende inmutable. Abrir lo humano genera la conciencia de estar más cerca de los animales que de los ángeles. Pero los ángeles no cuidan a los supuestamente malos. El mismo ímpetu con el que se niega el derecho a una muerte digna no se presenta cuando hay que defender el derecho a no morirse de hambre...

Publicado en Revista Noticias, Agosto del 2011

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