sábado, 26 de febrero de 2011

Dios

Sigo pensando que en tiempos de clonaciones, microcirugías láser y global positioning system, e incluso para no ir tan lejos, en tiempos de netbooks, capuccinos instantáneos y preservativos saborizados, hay una idea de la naturaleza de Dios que ya no cierra. Tal vez sea éste finalmente el destino de lo divino: que no cierre, que no encaje, que sea un resto. Un Dios que reste. Un Dios kitsch, inactual e intempestivo, una metáfora fuera de moda, un ideal para nadie, un cuento para los niños que hoy son abuelos. El problema es que se supone que Dios fue creado para que todo cierre o que todo podía ser reducido a una ultimidad metafísica donde Dios era lo único real, pero ya de adolescente nos preguntábamos: si Dios es uno, ¿por qué hay tantos? El politeísmo es tan de sentido común que el monoteísmo es casi un triunfo quijotesco: hay que poder sostener que Dios es uno y que además hace todas las cosas que ahora resuelven mucho más rápido y con más eficiencia una serie de artefactos tecnológicos y un par de Alplax. Y sin embargo la metáfora sigue vigente. Jenófanes en el siglo VI a.C. ya cuestionaba las creencias de los suyos: “si los bueyes tuvieran manos, pintarían a sus dioses con cara de buey”. Pero nuestra solución resultó peor: los cristianos, los judíos y los musulmanes pintamos al mismo Dios del mismo modo, pero lo insertamos como protagonista de relatos diferentes. Todo terminó en un conflicto más de derecho de autor, donde los polemistas eran en este caso los representantes del mismo actor protagónico. Como recuerda Michel Onfray, un único Dios nos lega una única verdad. Y si hay una verdad, no puede existir la diferencia. Incluso generamos hipervínculos en el mismo texto sagrado, ya que Ismael, padre del pueblo árabe, es el hijo echado de Abraham con una esclava; y Jesús es el producto perfecto final de todas las profecías veterotestamentarias. Diversidad en realidad tenemos con los chinos o con los mbuti; pero entre los lectores del Libro tenemos los mismos problemas que teníamos en el colegio con la Profesora de Lengua y Literatura cuando nos decía: usted ha escrito cualquier cosa, está desaprobado.
Necesitamos otra imagen de Dios, menos violenta y más irracional. Si nuestra razón sigue expandiéndose, cada vez hay menos espacio para lo totalmente otro. Si nuestra adicción a lo propio nos sigue inmunizando, cada vez hay menos tiempo para la gracia y el consuelo. Según Feuerbach, toda teología es una antropología, pero esta proclama tenía vigencia cuando el concepto hombre aun existía. Y así como algunos hablan del fin del arte como la estetización ontológica de lo real, podríamos pensar la muerte de la religión como su retorno más contundente: no solo endiosar a Maradona, te quiero ver sacralizando cada detalle de la existencia. Creer en uno solo allí a lo lejos, es más fácil. Una religión basada en absolutos explica el universo pero disuelve lo diverso. La diversidad comienza en ese resto que no cierra, en lo intraducible, en lo que hace que mi singularidad sea incomprensible e imposible. Cada cual con su diosecito y con su ritual, cada uno con su falencia; y todos juntos cambiando figuritas, compartiendo la desesperación porque la más difícil nunca sale. Necesitamos otra imagen de Dios, porque ya no se trata de explicar lo inexplicable: todo está demasiado claro. Se trata de dejar de lado la certeza y embriagarse con el misterio ajeno. Decía Nietzsche que cuando un Dios se creyó el único, el resto se murió de risa. Somos ese resto, esa risa y esa muerte.