La patria es el otro porque
la patria nunca es la patria sino que siempre puede ser otra. No es esencial ni
cerrada ni definitiva. Es otra porque está siempre en tránsito, extrañada de sí
misma, reinventándose, abierta a la presencia de los otros que la van
transformando. La patria es el otro porque la patria nunca es la patria y nunca
es el yo. Ni siquiera es un conjunto de yoes que intercambian mercancías, ya
que la prioridad del yo es su autoafirmación a partir de la sujeción y
disolución del otro. Se puede ser padre y hacer de los hijos propiedades,
posesiones, objetos; pero se puede ser padre que da vida y en ese acto se
desprende, se despoja, pierde. La patria siempre pierde. No da rédito ni
conviene ni es exitosa, ya que no es para sí sino para el otro. Prioriza al
otro en tanto otro: su necesidad, su carencia, su debilidad. Por eso, la patria
es pérdida, gasto, vocación. No hay una economía de la patria. La patria es
amor, pero no amor como expansión del yo que hace de todo lo que ama una cosa
para engrandecerse, sino amor como interrupción de la lógica de la ganancia y
entrega al otro que somos todos, porque la patria es el otro y la patria somos
todos esos otros que en nuestras múltiples transformaciones hacemos de la
patria algo abierto, diverso, múltiple. Incluso no hay una patria, ya que no es
algo estático ni firme ni definitivo, ni siquiera “algo” en sentido estricto,
ya que la patria es un ejercicio de recreación permanente; se recrea a sí misma
todo el tiempo ya que no tiene una definición precisa, sino que crece en ese
proceso de reinvención incesante que es la identidad como búsqueda y no como
producto.
La patria es el otro
porque no es precisa ni última ni verdadera. Es nuestra. Y ni siquiera. Es
nuestra en esa paradoja identitaria entre lo propio y lo ajeno, entre lo que
nos constituye y nos diferencia, entre lo propio y lo impropio. Entre. La
patria es el otro porque la patria siempre es entre. Entre todos los que la
hacemos que nunca somos todos porque siempre hay un resto que irrumpe y hace
que esa totalidad se vuelva a abrir. Entre, porque nadie tiene la verdad
definitiva, nadie tiene, sino que la patria circula entre nuestras diferencias,
nos despoja. Es ese fluir que a todos contamina y a todos mixtura. La patria es
el otro porque no es pura, ni neutra, ni formal, sino que es ese entrecruzarse
ilimitado de nuestras singularidades. No es un crisol ni una fusión, sino una
conversación infinita. Y si hay conversación, no hay monólogo. Y si no hay
monólogo, no hay pensamiento único, sino palabras que construyen sentido sobre
otras palabras previas, pero sobre todo abiertas a la imprevisible presencia de
las voces no escuchadas que se redimen haciéndose oír, contaminando el
lenguaje. La patria es ese otro que excede todo lenguaje, ya que todo lo que
digamos de la patria, lo decimos; y por ello se confina en un lenguaje previo
que muchas veces olvida, invisibiliza, opaca las pieles, los estómagos, las
gargantas, los cuerpos. La patria incorpora, en ese sentido de la palabra
incorporar que significa hacer cuerpo, porque la patria duele, se goza, se
sufre, se disfruta y sobre todo exige anteponer. Es previa no porque repose en
el pasado sino porque provoca el futuro. Por eso la patria es el otro, porque
la ética antecede a cualquier definición, incluso de la ética. La patria es el
otro porque el bien siempre es del otro, y el otro es siempre esa carencia que
clama responsabilidad.
La patria es el otro
porque excede toda institución, toda ideología, todo interés. Es desinteresada.
No se mueve por otro objetivo que no sea el bien del otro. Por eso no es tanto
un acuerdo o un pacto entre las partes, sino más bien un don, algo que se da sin
buscar en ello un rédito, porque la carencia de cualquiera es mi obligación. Es
la obligación de cualquiera. Cualquiera es la obligación de cualquiera. Cualquiera,
dice Giorgio Agamben, es el sujeto de la comunidad que viene, que de sujeto no
tiene nada, ya que es cualquiera. Importa como cualquiera. Somos antes que nada
cualquiera invirtiendo así la connotación despreciativa del término en el
sentido en que Simone Weil sostenía que lo más sagrado del ser humano es lo que
tiene de impersonal, ya que en nombre de las diferentes formas de concebir a la
persona se ejecutaron los peores procesos de despersonalización. La patria es
el otro porque es la patria de cualquiera. La patria es el otro porque
cualquier otro es siempre nuestra patria…