jueves, 28 de marzo de 2013

La pregunta por el límite (sobre el marketing de la muerte)

En toda discusión sobre el consumo de la muerte, se entremezclan dos variables antagónicas con valores opuestos: por un lado, la figura de la empresa que en su ansiedad acumulativa ignora intencionalmente los efectos colaterales de sus productos dañinos; pero por otro lado, la figura de cierto héroe, transgresor, que lleva su radicalidad al extremo de coquetear con la muerte o blandir una especie de osadía intrépida. Ambas variables suponen en todo caso una misma realidad: aquella por la cual hay un sistema económico que encuentra siempre las maneras de birlar sus propios condicionamientos ético-jurídicos que, el héroe intrépido pone en evidencia con una militancia del descuido que muestra las fisuras de este mismo sistema. Hay un mismo patrón que opera en la producción de cigarrillos y en el consumo exagerado de quien ostenta desinteresarse por su propia salud en beneficio de su libertad y de su placer: las normas de cuidado de la vida no sirven para nada. Toda legislación sanitaria carece de sentido si se venden productos que nos causan la muerte de modo directo. Pero al mismo tiempo se abre toda una zona de debate sobre la naturaleza misma de la salud y los efectos nocivos de ciertos productos: según se sabe, comer comida chatarra durante un mes causa síntomas parecidos. Y a nadie se le ocurriría legislar en contra de la industria alimentaria. La pregunta que retorna una vez más es cuál es el límite de la ley, o sea, cuál es el límite del Estado. No se observan diferencias químicas que justifiquen que la marihuana esté prohibida, el tabaco sea legal pero con aviso de muerte inminente y el alcoholo se venda junto a los caramelos. Evidentemente los motivos siempre son otros y mientras funcione la apariencia de una sociedad de la seguridad sanitaria, entre otras seguridades, no hay grandes motivos de alarmas. Quiero decir, mientras algo esté prohibido, los cuidados tienen donde concentrarse. Una muerte por alcohol o incluso por tabaco parece que es una imprudencia del que consume, pero una muerte por sobredosis de alguna droga es un problema social que requiere poner todos los acentos en el vacío existencial de una juventud supuestamente perdida por la ausencia de valores y no por la exacerbación de un sistema de consumo compulsivo que hace de la persona una mera maquinaria tragamonedas que explota el día que las monedas se acaban. Los chivos expiatorios siempre han funcionado más que como conjura de la violencia, también como su invisibilización. Es la lógica de la economía, o como empezó a sembrar Foucault, de la biopolítica. Cuenta Espósito en Bios que en una provincia en China, grandes poblaciones sumidas en la pobreza venden el plasma de su sangre para ganar algo de dinero. Sin embargo, en el acto en el cual se les vuelve a inyectar los glóbulos rojos para reponerse y poder otra vez reiniciar el proceso, uno solo que esté infectado de HIV contagia a toda la población. Ya no se trata de una cuestión ética, sino estrictamente económica: los cuerpos biológicos mismos se convierten en mercancía.  El marketing de la muerte alcanza un punto de no retorno. 

Publicado en Revista Ñ, fines de marzo del 2013

2 comentarios:

  1. Darío le das una explicación consistente a mi sentimiento de extrañeza e incomodidad al escuchar a los jóvenes que consumen cigarrillos (y demás sustancias dañinas) ilimitadamente defendiéndose con el conocido argumento de que tarde o temprano, sea por arte de un accidente o de una enfermedad, la muerte llega. Si comprendieran que su accionar está tan lejos del utópico anti-sistema...

    ResponderEliminar