Un fantasma nos recorre desde siempre: el fantasma de la
comunidad. ¿Qué es lo que nos une? ¿Quiénes somos los ya unidos en ese “nos”
que busca saber qué tiene en común? ¿Qué es tener algo en común? ¿Ese algo es
una cosa, una proveniencia, un destino, una ilusión, un mito, un relato? ¿Y ese
alguien que tiene en común es un individuo, una persona, una función, un rol,
un sujeto, un colectivo, un ser humano? Un fantasma es una zona de
indefinición, de ambigüedad, de tránsito. Un fantasma es una provocación al
terror, a la desapropiación, a la pérdida. Un fantasma, al mismo tiempo, es el
temor a dejar de ser lo que se creía que se era y la convicción de que todo
puede ser de otra manera, pero de otra radicalmente diferente manera. Un
fantasma es una diferencia.
Solemos asociar el término comunidad a la idea de algo en
común, y sin embargo la definición no deja de resultarnos incompleta. O tal vez
la pregunta sea otra: ¿eso en común es previo o posterior? ¿Provenimos con algo
en común o adscribimos a algo en común? Si fuera algo posterior, deberíamos
admitir la existencia previa de una unidad cerrada llamada el individuo, o sea,
aquello que no se puede dividir y que en sus capacidades se encuentra el hecho
de ser sujeto de una serie de propiedades que puede poseer. Muchos individuos
encuentran ciertas propiedades que los ponen en común con otros: una
nacionalidad, una creencia, una tradición. O como dice Roberto Espósito,
“tienen en común lo que les es propio, son propietarios de lo que les es
común”, generando sin embargo de este modo una clara paradoja, ya que suponemos
que “lo propio” y “lo común”, como mínimo, se oponen. Si es propio no es común,
y si es común no es propio. Esta perspectiva sobre la comunidad la disuelve en
ser entonces una mera articulación entre individuos que ponen lo propio en una
serie de intercambios. Lo común es siempre secundario porque lo prioritario es
aquello que subyace a toda propiedad: el yo. El individualismo es también una metafísica.
Por otro lado, si lo común fuera algo previo, ¿sería algo?
¿O más bien sería el todo? La clásica distinción entre sociedad y comunidad se
presenta aquí postulando la creación del individuo como un hecho histórico:
somos una comunidad que antecede incluso a nuestra propia individualidad. O más
a fondo; nuestra individualidad incluso se va constituyendo desde un todo que
nos conforma de este modo, casi como sostenía Platón cuando afirmaba la
homología entre las partes de la polis y las partes del alma. Hacen falta
fantasmas imponentes: la patria, la religión, la etnia. Metafísicas en pugna
que no dejan de presentarse en realidad como aquello de lo que se supone que se
diferencian: ¿o no se trata en definitiva en cada caso de una individualidad
extendida? ¿O no se comportan los grandes colectivismos como un yo ampliado que encerrados sobre sí mismos se
priorizan a sí mismos por sobre todas las cosas?
Al final de cuentas, unos se priorizan a sí mismos y otros
se priorizan a sí mismos, pero siempre queda alguien soslayado: ¿quiénes son
nuestros fantasmas? Espósito emprende una reformulación etimológica del
concepto de comunidad buscando su derivación en la conjunción de la preposición
“cum” y el término “munus”. Compartir el “munus”, concepto latino que remite al
mismo tiempo a la idea de deber, de obligación, pero también de don: “es el don
que se da porque se debe dar y no se puede no dar (…) Es la obligación que se
ha contraído con el otro”. Tal vez la comunidad tenga menos que ver con lo
común y más con la diferencia. Si la comunidad es siempre con los otros, ¿no se vuelve lo común una forma de
desotramiento? ¿No se podría repensar la idea de un vínculo que potencie más lo
que nos diferencia a lo que nos une, entendiendo que siempre que hay unidad,
hay una pérdida de la singularidad en pos de un elemento aglutinante? ¿Y que
esa diferencia supone una carencia y por ello una necesidad? El otro es otro
porque carece. Si no careciera, no sería el otro: sería alguien o sería parte.
El gran problema de toda comunidad siempre es de fundamento
ya que la metafísica de turno imprime las reglas: el resto es un pacto de
olvido con el origen. Ninguna comunidad histórica en este sentido aspira a lo
comunitario, ya que más que abrirse a la diferencia, solo busca encerrarse. Y
tal vez el dato más significativo sea que la primera comunidad biológica en la
concepción de la vida supone una diferencia radical: cuánto más extraños sean
entre sí la madre y el padre, más posibilidades tiene el hijo de ser.
Pero así como hay quien comparte el “munus”, hay quien se
cree exento: el “in-mune”. Aquel que busca resguardar lo propio o lo común
frente a lo que lo excede: lo impropio. Aquel que entiende no solo que no tiene
la obligación de abrirse al otro, sino que al construir toda otredad como
contaminación y contagio, solo piensa en erigir las murallas que lo exime de la
carga para con los otros. De ese otro con el que convive en su propia comunidad.
De esos fantasmas…
Texto publicado en Tiempo Argentino en 2015
Mi nombre es Xavier Moreira de Guayaquil Ecuador mi celular es el 0985261647 correo xavimor_0829@hotmail.com. nos gustaría hacerle una entrevista, somos una organización comunitaria llamada COSG y queremos platicar del tema " Por que en países llamados subdesarrollados propician la violencia e impide el aborto libre por violación
ResponderEliminarO sea la comunidad es preexistente al individuo,pero y el otro pertenece a la misma junto al otro,como una unidad independiente pero formando de alguna manera un tofo
ResponderEliminarLo común y lo propio tienen algo en común pero lo que tienen en común hace que se contradigan y se cree una paradoja. El secreto es entender que lo propio hace parte de lo común, es decir que estas dos partes se complementan el uno al otro, ya que, si no existe lo propio, de donde sale lo común.
ResponderEliminarEsa foto que clavaste Darioo !!! 😂😂 es de la secundaria!! Genioooo
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