Parece que la palabra lealtad se asocia etimológicamente a
la idea de legalidad, a la idea de ley. Extraña paradoja para una condición que
se supone que rompe la lógica de todo acuerdo. Si la ley administra el
cumplimiento de los contratos, la lealtad no añadiría entonces ningún valor, ya
que solo se trataría de cumplir con lo acordado. Pero hay algo en la idea de
lealtad que supone un salto más allá de la ley, más allá de todo pacto. No se
es leal porque así lo pautamos. No hay lealtad porque cada contrayente ejecuta
lo que había convenido. Si así fuera, la lealtad no sería necesaria. Se es leal
más allá del pacto. O peor, se es leal cuando el pacto no se cumple. ¿Por qué
permanecer si el otro no cumple con lo pautado? ¿No es suficiente razón para
salirse? Es que la lealtad no tiene que ver con la razón. Si así fuera, no
sería necesaria. Alguien no cumple y el otro rompe. Todo fríamente calculado:
dos entidades que firman un contrato. Uno lo transgrede y el otro lo abandona.
O ambos lo cumplen y así andan por la vida en la tranquilidad del buen
funcionamiento de la reciprocidad. Andan tranquilos, seguros, triunfantes,
felices. Pero la lealtad ni tranquiliza, ni asegura, ni es un triunfo, ni nos
hace felices. Sobre todo si se define a la felicidad como tranquilidad, seguridad
o triunfo. La lealtad es siempre a pesar. Tiene que ver con el pesar. Con otra
forma de la felicidad, donde no hay ganancia sino entrega. Donde no hay
seguridad, sino imprevisibilidad. Donde no hay tranquilidad, sino apertura. Es
a pesar. Es aunque. No se es leal porque se recibe. Si así fuera, no haría
falta la lealtad, ya que al recibir veríamos colmado nuestro deseo. Pero la
lealtad no tiene que ver con la plenificación o con la satisfacción. No tiene
que ver. Tiene algo de ceguera, de locura, de arbitrariedad, de confianza.
Parece que la palabra confianza se asocia etimológicamente a
la idea de fidelidad, a la idea de fe. Hay algo religioso en la confianza ya
que no hay ninguna comprobación fáctica que asegure que el otro se va a
comportar como uno espera. No es medible la confianza, ni la fidelidad, ni la
fe. Es más; no se es fiel porque es un buen negocio o una buena inversión. No
se es fiel en un acuerdo mutuo. No se es fiel con el otro, sino que se es fiel hacia
el otro, hacia cualquier otro. Si hubiera comprobación fáctica o demostración
lógica, o medición exacta, la fe no sería necesaria. Si la fidelidad se pactara,
entonces se convertiría en un contrato que es lo contrario a la fidelidad. No
se contrata la fidelidad. Se es fiel porque no hay contrato. Si convenimos
mutuamente ser fieles y establecemos derechos y obligaciones con castigos y
cauciones, entonces la fidelidad no haría falta. Es que la fidelidad tiene que
ver con la falta y los acuerdos tienen que ver con las posesiones. Acordamos
para resguardar lo propio. Propiedad viene de propio. Acordamos para resguardar
las propiedades, para asegurar lo que somos. Pero no se es fiel por lo seguro,
sino por lo incalculable. Se es fiel aunque todo conduzca a lo contrario,
aunque las cuentas no den, o incluso aunque el otro se escurra. Es que el otro
siempre se escurre, porque es un otro, ya que si nos cerrara absolutamente no
sería un otro, sino una proyección de uno mismo. Y así, la fidelidad no sería
necesaria.
Se es leal al otro. No al otro que uno construye para su
propio sosiego y orgullo de ser parte, sino al otro que molesta, que irrumpe,
que amenaza, al otro que necesita. El otro es débil porque necesita. Si no
necesitara, no sería un otro, sino un igual, un prójimo, un próximo. Pero la
lealtad no tiene que ver con el semejante, sino con el extraño, con el carente,
con el indigente, con el extranjero. Se es leal porque la debilidad del otro me
obliga, me cachetea, me saca de lo propio. Ni siquiera se es leal al otro
pensando que en cualquier momento ese otro podría ser yo mismo, ya que si así
fuera, una vez más convertiríamos la lealtad en un cálculo, en un negocio, en
un juego de conveniencias. No hay paga por ser leal porque la lealtad no es un
bien, sino una ausencia. Un retiro, una retracción. No se es leal al poder,
sino que se es leal resquebrajando todo poder. Se es leal para que el otro sea.
Texto publicado en Tiempo Argentino en 2015
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