Otro de los retornos de época a los que asistimos con cierto
extrañamiento es el retorno de lo religioso. Es extrañamiento ya que provenimos
de un siglo XX donde la religión fue perdiendo legitimidad en términos tanto
políticos como epistemológicos. El llamado proceso de secularización fue a
priori leído como el retiro de la religión de la esfera pública: la religión se
fue privatizando, se fue volviendo parte de la esfera privada junto con otras
tantas adscripciones identitarias que hacían a la construcción de la “buena
vida”. Porque si algo quedaba claro en la cosmología democrática del siglo XX era
que el conocimiento es un asunto de la ciencia experimental moderna, y que la
política un asunto del derecho ciudadano, válido supuestamente para todos más
allá de sus diferencias de sexo, género, clase, religión, etc. O sea que la
razón había vencido finalmente a la religión en su contienda por constituirse
en sujeto y fundamento último del universo. Pero entonces, ¿qué significa que
la religión ha vuelto? O dicho de otro modo: ¿no hay en toda secularización una
continuidad?
La argumentación puede ser a la inversa. Ser sujeto de lo
real significa que hay un centro desde el cual se fundamenta, se explica y se
ordena la multiplicidad de lo real. No se trata entonces de un regreso de la
religión a su antigua función teocéntrica: se trata por el contrario de la
disolución de todo centro. Vivimos tiempos de descentramiento, donde se
evidencia que todo sujeto supone una sujeción a fuerzas que lo constituyen y condicionan.
Y si no hay un parámetro universal, entonces los criterios de demarcación
comienzan a tambalear. O como sostiene Gianni Vattimo: si el siglo XX es al
mismo tiempo el siglo del fracaso de la racionalidad moderna, entonces no
pueden seguir siendo argumentos racionales los que sigan exiliando a los
discursos religiosos.
Paradójicamente, la muerte de Dios anunciada por ese
personaje insensato que Nietzsche crea en La
gaya ciencia, es la clave para un retorno de lo religioso, ya que el Dios
que muere es ese lugar central, supremo, hegemónico, con pretensión
totalizante. Pero el retorno no es unlineal. No vuelve la religión: vuelve lo
religioso.
La religión es a lo religioso, lo que la política es a lo
político, el derecho es a la justicia, o el matrimonio es al amor: su
institucionalización. Y la pregunta es la de siempre: ¿se puede limitar lo
ilimitado? ¿Se puede cerrar lo abierto? ¿Se puede encontrar la última palabra?
¿Cómo diferenciar lo religioso de la religión? Lo religioso por
un lado surge en la certeza que el ser humano alcanza de nuestra condición
limitada. Como sabemos que somos finitos, habilitamos la pregunta: “¿hay algo
más?” Lo religioso es la pregunta. Es mantener la pregunta en estado de
pregunta. La religión, por otro lado, son todos los intentos institucionales de
traspasamiento de cada frontera última y respuesta absoluta a la pregunta por
el límite: hay una verdad y nosotros accedimos a ella, la procesamos, la
empaquetemos y la administramos. Si la religión hace de la creencia una cuestión
de verdad, lo religioso recupera la idea de creencia como contingencia. O como
cuenta Vattimo en Creer que se cree:
un día un amigo me llamó y me preguntó si todavía creía en Dios. Le respondí:
creo que creo…
Tal vez el retorno de lo religioso tenga que ver con la
primacía de ese primer “creo”. Aquel que se sabe a sí mismo contingente,
provisorio, en estado de pregunta. Tal vez se trate de desentramar lo religioso
de toda concepción de verdad absoluta, comprendiendo que cuando la religión
habla en nombre de la verdad, disuelve lo religioso. Lo religioso, más allá de
la religión, donde ese más allá es un más acá que deconstruye toda
omnipotencia: tanto del que niega que hay un más allá como del que lo afirma.
Si así fuera, se configuraría entonces el escenario del
retorno de lo religioso desde formatos muy diversos. Por un lado, la vigencia
de los fundamentalismos que en nombre de un retorno de la religión buscan un
regreso de la teocracia. Por otro lado, los intentos de modernización y
apertura de las religiones tradicionales como en el caso del Papa Francisco que
dan acelerados pasos para un reforma religiosa milenaria que, sin embrago, no
socava las raíces mismas que hacen de la religión un dispositivo de
domesticación de lo religioso. Y por último, más que un retorno, la posibilidad
de un descentramiento de la verdad que evidencie la violencia que encierra todo
dogma; sea religioso, o no. O como sostenía Nietzsche: solo cuando Dios muere,
el hombre puede volver a creer.
Texto publicado en Tiempo Argentino en 2015
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